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domingo, 19 de junio de 2016

Jatorra


Jatorra

La actitud de Podemos, rechazando el AVE, al igual
que Bildu, es muy perjudicial para Euskadi
ODÓN ELORZA

Como decía en mi anterior artículo, estamos de campaña electoral. Esto da mucho juego a quienes de manera más o menos esporádica tenemos vocación de saborear la política activa y, además, comentarla.

Es conocida de hace años mi admiración por Odón Elorza. Respecto a sus posiciones políticas, es muy frecuente que esté de acuerdo con lo que expone pero, más allá de ello, lo que me agrada y atrae es su estilo. Odón es lo que en euskera se llama un jatorra, un buen tipo, claro, sin dobleces, que con acierto o sin él plantea las cosas como honestamente estima y jamás hace de vocero del jauna (señor) de turno.

Además, Odón está adornado por otra cualidad que también me hace sentirme cerca: su vida política, la del PSE, ha tenido lugar en una comunidad autónoma en que la polarización no está tanto entre la derecha y la izquierda como entre los nacionalistas vascos o catalanes, más o menos radicales, y los nacionalistas españoles. Sería injusto obviar, en este sentido, que Odón ha padecido en sus carnes, mientras era alcalde de la Bella Easo, uno de los mayores zarpazos que puede lacerar nuestras, por otro lado, curtidas pieles: los momentos más duros del terrorismo etarra.

Siempre escucho atento a Odón y en estas fechas ha salido a la palestra en varias ocasiones. Hace pocos días a propósito del asunto ferroviario que me ha servido de «trampa» (espero me lo disculpéis) para la referencia a los trenes con que siempre empiezo estos artículos. Es un asunto curioso, parece que de poca importancia en este momento pero que ilustra hasta qué punto, con excesiva frecuencia, asumimos determinadas causas o lemas en función de quién defienda lo contrario. ¿En serio la y griega vasca es de derechas y paradigma del nacionalismo español que atenaza al libérrimo pueblo de Euskadi, como defienden abertzales de izquierdas y quienes quieren ocupar su puesto en aquella sociedad? No lo veo, la verdad.

Otras declaraciones de Odón que han tenido cierta repercusión en los medios en estas fechas orbitan en torno a la futura política de pactos del PSOE tras el 26J.

Quienes tuvieseis la paciencia de ver el debate a cuatro del lunes pasado habréis comprobado, quizá con poca sorpresa, que al final de aquella especie sucesión de soflamas emitida por bustos parlantes que apenas interaccionaban entre sí se abordó la política de pactos. El PP apuesta por la «gran coalición»; Ciudadanos por un vamos-a-ver-con-quién-podemos-sumar, Podemos afirma alto y claro que quiere gobernar con el PSOE (allá cada uno con la credibilidad que le merezca Pablo Iglesias, sobre todo después de los meses de intentar los socialistas el acuerdo, pero lo que dice admite pocas interpretaciones) y el PSOE…

¡El PSOE mira para otro lado y silba! Eso sí, Pedro Sánchez Castejón repitió hasta la saciedad que Rajoy seguía gobernando por culpa de Podemos mientras Iglesias, por lo bajinis, mascullaba una y otra vez «el enemigo es Rajoy, no nosotros».

Quienes me siguen saben que siempre he hecho profesión de lealtad absoluta con el partido y desde la lealtad y el respeto sin matices por las decisiones que se adopten por los órganos correspondientes, opino lo que estimo, aunque a veces me meta en charcos.

Me parece innoble hacia nuestro electorado no explicar con absoluta claridad qué vamos a hacer con nuestros votos. Quizá, en buena medida, el éxito del rutilante Podemos y el éxito que le auguran las encuestas, parejo al declive del PSOE-PSC tenga que ver con una claridad en la exposición de los conceptos de la que los socialistas, con frecuencia, no hacemos gala. Había dicho ya que luego cada uno dé la credibilidad que estime, ¿no?

En estos días explicaré razonadamente por qué una persona de izquierdas debe apoyar las candidaturas de mi partido y de nuestro partido hermano, el PSOE, pero el objeto de mis reflexiones hoy es hablar del jatorra, de Odón.

En El socialista digital de hace pocos días este candidato al Congreso por Gipuzkoa titulaba un artículo «Buscar el entendimiento con Podemos». Desde las primeras líneas exponía las dificultades para materializar esa idea general; lo complejo que resulta entenderse con estos de la «nueva política» que a veces, por sus mañas y artimañas, parecen más viejos que el Conde de Romanones, pero también hacía un llamado a la madurez política y la responsabilidad.

No se trata de tipo alguno de claudicación ante el empuje y la emergencia –no siempre limpia, conviene recordarlo– de la formación política que vetó en la práctica que Pedro Sánchez desalojara de La Moncloa a un Rajoy que bascula entre el desastre político y la podredumbre moral. Hacer las cosas bien nunca puede ser claudicar.

Vivimos en una situación de emergencia social y política como no habíamos conocido desde el 78. Los españoles y españolas necesitan un gobierno en el que poder confiar y es sabido que la nutrida legión de votantes del PP, en buena medida, es refractaria a la indecencia aunque esto sería digno de otro análisis.

En Catalunya la polarización política, creada aquí pero alimentada vigorosamente por una incapacidad de diálogo desde Madrid, contribuye a un clima cada vez más irrespirable en el que, además, las personas sensatas van siendo cada vez más arrinconadas.

Ya sé lo que han dicho durante la primera campaña electoral. Lo que siguen diciendo en la segunda… Incluso estoy de acuerdo en que se han pasado dos pueblos con los socialistas. Pero no nos podemos permitir ni un minuto más de los imprescindibles un gobierno del Partido Popular y si ello nos obliga a hacer encaje de bolillos y sentarnos a trabajar con quienes no disimulan su interés por fagocitarnos, hágase. Hágase con responsabilidad, con rigor, con generosidad también. Y asumamos que Catalunya y España son más importantes que el PSOE o el PSC.

Creo que en la medida en que seamos capaces de aglutinar un gobierno de mayoría progresista, mayoría que, por otro lado, existe en nuestra sociedad, la propia sociedad nos devolverá con creces nuestra entrega hacia ella. La ciudadanía no es tonta, y sabe perfectamente reconocer el esfuerzo. Aunque tal vez no haya que buscar dicho reconocimiento sino a medio o largo plazo.

Es nuestra obligación, por tanto, como socialistas, como personas de izquierdas, que cuando el ciudadano o la ciudadana cojan una papeleta el próximo 26 de junio tenga la certeza de que ni por acción ni por omisión vamos a apoyar gobiernos ni políticas de derechas y lo vamos a hacer sin trampas, con transparencia.

Faltan pocos días para la cita con las urnas y no debería ser posible que cuando nos pregunten «¿con quién vais a pactar?» salgamos, según la expresión clásica, por los cerros de Úbeda.

Una vez más, el jatorra acierta.


domingo, 22 de mayo de 2016

Nuevas elecciones




Alguien os ha dicho que el ferrocarril era una mala cosa.
Y eso es una mentira, puede hacer un poco de daño aquí y
allí, a esto o aquello…
Pero el ferrocarril es una buena cosa…
GEORGE ELIOT: Middlemarch.

De las elecciones nos han dicho lo que se menciona del ferrocarril en la novela de la británica George Eliot (nacida Mary Anne Evans), «que son mala cosa», pero son buena cosa. Es un tema de hábitos, de salud democrática. Es conocido que en la muy democrática Suiza lo votan «todo». Es cierto que la participación en estos referendos que realizan, domingo sí, domingo no, para someter a la opinión popular las cuestiones más inverosímiles es ciertamente baja. Uno va a votar si el asunto que se consulta resulta de su interés y es legítimo que a uno le importe menos la compra de unos nuevos camiones de basura para su cantón que la raza de la manzana de Wilhelm Tell. ¡Pero no pasa nada! Los suizos, como otros países –no muchos, la verdad–, mediante estas consultas han ido adquiriendo una paulatina cultura democrática y, sobre todo, de ciudadanía soberana francamente envidiable. Nadie podrá decir que la democracia Suiza, como se ha apuntado en otras latitudes, es una «dictadura renovable cada cuatro años».

Estamos lejos de alcanzar esa conciencia de autogobierno ciudadano. De hecho, aquí se ha repetido muchos estos días que las elecciones «cansan». En serio, ¿es tan cansado acercarse un domingo a la mesa electoral en algún rato perdido, coger una papeleta, sacar el DNI o similar y meterla en una urna? ¡Claro que no! Y sin embargo se nos advierte de que en los comicios del próximo 26 de junio se prevé un grado de abstención sensiblemente más alto que el del pasado 20 de diciembre.

Pero estos «cansancios» son peligrosos. Especialmente si tenemos en cuenta que hay una importante masa de electorado que se acerca a las urnas como si fuera a fichar, ¡y ficha! Y siempre a los «suyos». Y no importa que los suyos hayan protagonizado los mayores escándalos de corrupción colectiva que, posiblemente, se han dado jamás. Hay contendientes electorales que de ser una simple empresa privada ya habrían sido intervenidos por la Audiencia Nacional, suspendidas sus actividades y, posiblemente, todos sus dirigentes «investigados» (forma moderna de decir «imputados») por pertenencia a organización criminal. Podemos vestirlo como mejor nos parezca pero la realidad es esta.

Por cierto, recordadme que le pregunte a Pedro Sánchez, cuando coincidamos en algún acto, por qué manifestó público arrepentimiento semanas después de adjetivar de «indecente» a Mariano Rajoy. Tengo yo curiosidad. ¿Tal vez la conclusión de alguna encuesta?..

No cabe el desaliento –el cansancio– desde el momento en que los hay que nunca se cansan, y no nos podemos permitir seguir con las políticas que nos han traído donde estamos. Y no hablo solo de las políticas económicas sino sociales, culturales, de calidad democrática, de vertebración territorial… de refugiados en Europa… donde recuerdo que quienes están decidiendo son sobre todo, los estados… o mejor dicho, sus gobiernos…

Todos quienes nos dedicamos de manera provisional a la política institucional como primera ocupación somos conscientes de que la ciudadanía termina hastiada con las campañas electorales, con los titulares de una prensa cada vez más mediatizada que hay que leer entre líneas para separar las intenciones (a veces aviesas, llegando a la intoxicación) de la pura y simple información. Nuestra serie favorita que deja de emitirse porque la ley electoral obliga a que tengan lugar no sé cuántos debates en, a veces, formatos inverosímiles. De los permanentes discursos… cuyo análisis de las retóricas no depende tanto del contenido del mensaje como del propio emisor. Alabamos a los propios y ponemos de vuelta y media los ajenos.

(Quienes seguís mi trayectoria sabéis que entre mis millones de defectos como político no se encuentra, precisamente, el de dar la razón a los propios si creo que no la tienen, pero seguro que a pesar de mi empeño en ser honesto –«honesto» no significa siempre «acertado»–, seguro que cargo también con esta tara).

Tengo la certeza de que en el PSOE y, quizá también en el PSC, existía la certidumbre de que los distintos encajes territoriales y baronías del partido iban a imposibilitar un gobierno de progreso casi desde el propio 21 de diciembre. Esto provoca, además, un feo efecto secundario y es que, para acabar de quitar emoción al asunto, esta larguísima campaña va a pivotar más en clave de convencer a la ciudadanía de que la culpa de que haya nuevas elecciones es del otro que en torno a propuestas programáticas e ideológicas. Rajoy ya ha empezado a hacerlo pero seguro que no será el único.

Soy de la opinión, seguramente como la mayoría de vosotros y vosotras, de que en España falta cultura de pacto. Poco a poco, desde ayuntamientos y comunidades autónomas nos vamos habituando a ver que «pactar» significa hacer un esfuerzo para, desde distintos puntos de vista, determinar los problemas y, por supuesto, buscar métodos de resolución de los mismos. En otros países de nuestro entorno los gobiernos de coalición son algo normal. Casi nadie entiende que gobernar con otros partidos sea un simple y grosero cambio de cromos (o sillones de ministro). Es natural que si la población es plural el gobierno de la misma también lo sea.

Quizá un caso extremo es el de países como Marruecos –por cierto, bastante más democrático de lo que con frecuencia nos vende la opinión publicada–. En el reino vecino se celebran elecciones, el Rey encarga formar gobierno al presidente del partido más votado y el Consejo de Ministros tiene una composición proporcional a la representación en la cámara de cada uno de los partidos. Esta curiosa manera de formar gabinete da lugar a que comúnmente coexistan en la mesa del Consejo de Ministros personajes procedentes de opciones ideológicas hasta radicalmente distintas.

La alauí no es mi opción, desde luego, pero no sería mala cosa que la ciudadanía, en segundo lugar, y los partidos, en primero, nos concienciásemos de que las cosas ya no son como antes. Quizá hemos alcanzado un nivel de descontento social –justificado en muy buena medida– que nos obliga a reinventar la manera de organizarnos, a reinventarnos, y eso pasa, indefectiblemente, por adquirir una cultura de gobiernos plurales que, como indicaba antes, nos es muy ajena.

Las elecciones son cosa buena. Desde luego, mejor es tenerlas que carecer de ellas pero a ver si somos capaces de que, tras el 26 de junio, hacer las cosas mejor, bajar los egos y conformar un gobierno que nos saque del lugar al que nunca tendríamos que haber llegado.

Falta mucho para el 26 de junio y estas semanas se nos van a hacer muy largas. Pero me doy ánimo, os pido ánimo y si mantenemos este elevado, el optimismo está más que justificado.



jueves, 21 de abril de 2016

14 de abril




14 de abril
En la base naval embarcó en un buque de la armada, el Príncipe Alfonso, que lo llevó, bajo pabellón monárquico, al puerto de Marsella. Nadie lo recibió porque eran las cinco de la mañana. En taxi se dirigió al hotel Noailles, donde descansó unas horas. A las 12.20 de esa misma mañana, Alfonso XIII subió al tren de París.
Alfred Font Barrot: La salida del Alfonso XIII
Hace pocos días fue 14 de abril. La asociación «També hi som» de Roda de Barà me invitó a un acto conmemorativo de la fecha y para  allá que me fui.

Los 14 de abril suelen ser fechas solemnes para las personas de izquierdas, tanto más cuanto más romanticismo sustente la propia ideología, los propios ideales.

Es curioso lo de España. No sé de ningún otro país en que el debate monarquía-república esté tan vinculado a la dialéctica izquierda-derecha. En principio, más allá de lo obvio, ser demócrata, también para designar al jefe del estado, no parece algo ideológico, ¿no? Al final de este escrito encontraremos un intento de explicación al fenómeno.

Seguramente, el principal hándicap que ha sufrido la familia socialista en España ha sido, precisamente, la falta de romanticismo. Felipe González ganó aquellas históricas elecciones de 1982 –202 diputados, no lo olvidemos– por muchos motivos pero, entre ellos, por el halo de romanticismo que alumbró su campaña, sus propuestas, su proyecto, su propia persona. Luego se vio obligado a echar mano del siempre poco romántico pragmatismo en aras de modernizar el país y sacarnos del tenebrismo franquista, de aquel anacronismo que era España en una Europa que avanzaba a marchas forzadas hacia la modernidad y a la que hubimos de seguir a la carrera. No es momento de analizar si corrimos mucho o si lo hicimos en la dirección adecuada. He dado varias veces muestras de mi opinión crítica al respecto.

El PSOE, por otra parte, según cuentan los más viejos de esta plaza, escenificó serias reticencias hacia la aceptación de la figura de aquel rey nombrado por Franco. Hay hasta quien me cuenta de serios enfrentamientos en manifestaciones entre socialistas, que portaban la tricolor roja, gualda y morada y ¡comunistas! Estos, obligados por los pactos entre Suárez, Juan Carlos y Carrillo, se comían con patatas aquella rojigualda que había servido durante varias décadas para reprimirlos.

Sea como sea, el debate república-monarquía, aunque no parece estar en la calle, es recurrente, especialmente en los 14 de abril, quizá por puro romanticismo. Quizá en Catalunya esté más vigente pero por motivos en realidad ajenos a aquella proclamación, y que no considero preciso abordar ahora.

Me declaro republicano convencido. Casi todos en el PSC y, hasta donde sé, en el PSOE nos sentimos republicanos. No puede ser de otra manera. El que la Jefatura del Estado –o cualquier otra magistratura– sea ejercida por la evolución de quien venció en una alocada carrera de espermatozoides suena, como poco, ridículo. El que existan aún en el mundo regímenes monárquicos es un anacronismo difícilmente defendible. Y no encuentro argumento político o filosófico que pueda sustentar su vigencia hoy día. Ahora, si nos parece, hablamos de nuestras realidades.

Los mayores, bueno, algunos mayores, nos dicen también que la Transición se hizo como se pudo. Es un hecho que en 1975 salíamos de una dictadura católico-militar que había durado casi cuarenta años. Asimismo es un hecho que el nuevo jefe del Estado, nombrado por Franco, hereda los poderes de este, ¡hasta las facultades para nombrar obispos! Y, con una inteligencia que pocos le presuponían lejos de su círculo inmediato «ordena», porque así podía hacerlo, encaminarnos a marchas forzadas a un sistema parlamentario, democrático, europeo y moderno en el que, precisamente, él cede sus poderes al pueblo español, a la soberanía popular. Y hasta tuvimos un intento de golpe de estado, cuya solución, cuanto más avanza el tiempo, por cierto, está más cubierta de sombras que de luces.

No pretendo con estas líneas acotar ni reivindicar el protagonismo a Juan Carlos I. Hubo muchos más artífices y, sobre todo, fue el pueblo español en su conjunto el artífice de este cambio que nos situaba en un nuevo escenario y que, es importante decirlo, conjuraba la posibilidad de regresar a la legalidad republicana conculcada por unos militares traidores y mancillada por oligarquías económicas y religiosas. ¡No pudo ser!

El resultado de aquella operación fue el sistema actual, nuestra monarquía parlamentaria que, con sus luces y sus sombras, nos ha traído al periodo más largo de estabilidad que ha conocido nuestra tierra desde… ¿Trajano?

Pero, por otro lado, incluso dando por bueno que aquello tuvo que hacerse así, ¿y hoy? ¿La monarquía es una suerte de pecado original con el que nacemos pero del que no hay sacramento que nos limpie? ¿Acaso yo, y menos aún los y las más jóvenes que yo, debemos sentirnos comprometidos, atados, hasta el punto de no cuestionar el relativo consenso social de 1978?

España, y dentro de ella Catalunya, exige una reforma histórica. Dar una vuelta al país, un reforzamiento de las estructuras políticas, económicas y culturales. Creo que estamos de acuerdo en esto incluso personas de sensibilidades políticas alejadas. Ahora bien, ¿es un problema la monarquía? O preguntado de otra manera, ¿la forma de estado es parte del problema?

Hay quien defiende no hablar de esto y me voy a permitir usar argumentos que podría poner sobre el tapete cualquier monárquico. Veamos un par de ejemplos.

En el Reino Unido, en ese Reino Unido que fue capaz de celebrar un referéndum de independencia para Escocia y en el que a los británicos del norte que gritaban «queremos marcharnos» se les respondía con un «os queremos, no os vayáis», el discurso de investidura del gobierno (del Primer Ministro) lo hace la Reina ante la Cámara de los Comunes con expresiones como «en esta legislatura, mi gobierno hará…». En ese estado, cuya democracia se encuentra bien consolidada desde hace siglos y en el que poder efectivo del rey ha ido disminuyendo de forma paulatina sin necesidad siquiera de escribirlo (recordemos que los británicos carecen de constitución escrita), el debate monarquía-república es testimonial.  Y no solo eso, técnicamente, son monarquías «británicas» Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Kenia, La India…

Permítaseme un segundo ejemplo más sorprendente aún. Como buen socialista, soy admirador de los estados de bienestar, la calidad democrática, la transparencia informativa, el nivel de libertades etc. de los estados escandinavos. De ellos, Noruega, Suecia y Dinamarca son monarquías. Para no extenderme demasiado en los detalles, me voy a centrar en una de ellas: Dinamarca.

¡Ya me gustaría a mí que nuestro país fuera en muchos aspectos, como Dinamarca! Dice esa enciclopedia digital de la que tanto echamos mano que «Dinamarca es el país menos corrupto del mundo (2010) y, según estudios, el país donde los habitantes son más felices y uno de los mejores países del mundo para vivir».

(Como ya nos conocemos, ahora me va a salir un lector o lectora diciéndome que el danés Noma, con René Redzepi a la cabeza, solo pudo ser el mejor restaurante del mundo cuando el catalán Ferrán Adrià decidió cerrar El Bulli. No entremos en eso).

La actual constitución danesa es de 1953. Creo que nadie cuestiona el papel simbólico de la Reina Margarita II pero a fin de ilustrar mi idea de que la forma de Estado no es tanto el problema sino cómo se lleve esto a la práctica, me voy a permitir copiar un par de artículos de la constitución del país nórdico.

Artículo 3 - El Poder Legislativo se ejercerá conjuntamente por el Rey y el Folketing [parlamento unicameral]. El Poder Ejecutivo corresponde al Rey. El Poder Judicial es ejercido por los Tribunales.
Artículo 16 - Los Ministros pueden ser acusados por el Rey o por el Folketing por su gestión. El Alto Tribunal de justicia conocerá de las acusaciones formuladas contra los Ministros.

¡El poder ejecutivo corresponde a Margarita II!

No obstante, quizá uno de los pecados más frecuentes con este debate y volviendo al romanticismo del que hablaba al inicio es que en España, cuando hablamos de «república» no lo hacemos exclusivamente y de manera estricta de la manera de acceder a la jefatura del estado. El republicanismo de hecho, es mucho más profundo que la simple ausencia de rey.

Cuando aquí hablamos de república nos referimos  a la II República Española –admitamos que la I República, con los Figueras, Salmerón, Pi i Margall y Castelar– se quedó en buen intento.

Esa II República laica, que luchó por sacar al país de las históricas uñas del caciquismo, del despotismo, del poder de las oligarquías , las aristocracias y las sotanas fue el más importante intento, quizá de toda la historia peninsular, de dar el gran salto adelante, de poner a la ciudadanía y al humanismo como centro de la acción política y de poner, claro está, la riqueza del país al servicio de la población y no de unos pocos.

Aquella II República coincidió con uno de los mayores florecimientos culturales, científicos y técnicos que se han conocido. Sí, nos acordamos de la literatura modernista, de las generaciones del 98 y 27, pero podríamos detenernos en la filosofía, las matemáticas, la ingeniería, la física… y su salto mortal –la guerra quitó la red– nunca antes conocido.

Los que nos consideramos republicanos lo somos, pero no lo somos solo en abstracto, sino añorantes asimismo de aquella República que luchó contra el fascismo, ¡y perdió! De aquella República que usaba de la educación como la primera arma de transformación social, y de igualdad de oportunidades.


En fin… que como estamos en las fechas que estamos, permítaseme un sentido y romántico ¡Viva la República!

Discurs a Roda del Dia de la República



Bona tarda a tots i a totes.
Permeteu-me en primer lloc que doni les gràcies a l’associació “També hi som” per haver-me convidat a aquest acte de celebració. És un honor i un orgull estar aquí en una data tan important per mi.

I vull donar també les gràcies a tots els presents, perquè per damunt de diferències ideològiques, respecte del sobiranisme o del nacionalisme, hem sabut disposar avui d’un punt de trobada comu. Un nexe comú que ens uneix a tots i a totes per damunt dels matisos. I això és el republicanisme.

Avui fa 85 anys de la proclamació de la II República...

Quin interès té aquesta celebració i aquesta data al 2.016?

En primer lloc, recordar el sacrifici d’una sèrie de persones per un mon millor. Unes persones que van plantar cara al feixisme, i que van aconseguir un espai de temps on hi havia veritable esperança.

I mireu, permeteu-me algunes reflexions més, al voltant de la nostra última etapa de democràcia...

Se’ns ha venut un paper determinant per part de la Monarquia a la democratització durant la transició. En realitat, mai no s’ha pogut comprovar fins a quin punt, però aquesta idea és un dels pilars de la cultura de la transició. Personalment crec que es va exagerar artificiosament, però no entraré a discutir aquest paper històric ara mateix.

Crec també que la transició es va fer de la millor manera possible en aquell moment. O almenys, de la millor manera que es va saber fer. Tampoc entraré en això.

No obstant, amb el pas dels anys, el paper de la Monarquia s’ha anat enfosquint. Hi ha clars-obscurs, amb més punts foscos que clars. El paper de suposat garant de la democràcia és innecessari avui dia. No hi ha millors garants de la democràcia que la pròpia ciutadania.

I sobretot, no hi ha forma filosòfica ni política de defensar que una persona accedeixi a la Jefatura d’un Estat pel naixement. No hi ha justificació possible. Almenys a mi no se m’acut.

I jo avui dia, no em sento presoner dels acords de la transició que va fer una altra generació. No hi ha cap menor de 55 anys en el nostre país que hagi pogut votar l’actual constitució. I hem de poder-ho discutir i posar tot en qüestió.

Què va significar la República al nostre país?

La República és molt més que una forma d’estat.

La República es contraposa a la monarquia, a l’aristrocràcia, al despotisme i a l’oligarquia, i va significar redreçar les tensions territorials, creant una unió dels diferents pobles d’Espanya, basada en la confiança, i en la lliure voluntarietat.

Va significar col·locar l’humanisme a l’acció política. La persona, l’ésser humà per damunt de tot, com a eix de la funció i l’interès públic.

Va significar prioritzar l’educació, com a principal eina de transformació social.

Va significar portar a la pràctica la llibertat, en el seu sentit positiu, com a emancipació davant les necessitats; i la fraternitat.

La República no és una bandera, no és una litúrgia, sinó un instrument, una filosofia política al servei dels desposseïts.

Avui és 14 d’abril de 2.016. Dia de celebració republicana. Que el record i la memòria ens permeti il·luminar la societat republicana del futur. Sense oblidar que la República no s’acaba amb l’abolició de la monarquia, sinó que comença llavors, per treballar un mon sense privilegis, i per acabar amb les necessitats que empresonen l’ésser humà.

Visca la llibertat, visca la igualtat, visca la fraternitat, 

VISCA LA REPÚBLICA.

domingo, 20 de marzo de 2016

Al agua patos


Es tanta la virulencia que lleva el ferrocarril
Que se planta en hora y media de Molledo a Portolín.
POPULAR (CANTABRIA)

Hace días que no me topo en el tren al simpar Enric. Voy confesar algo: ¡no se llama Enric! Ya lo suponíais, ¿verdad? Pero Enric existe, con ese nombre u otro. Y es el ciudadano de la calle que, quizá, en el tren, soy yo mismo.

Me habría agradado encontrarlo porque, como he indicado otras veces, charlar con personas no intoxicadas con ese humo penetrante y tupido que es la acción política, nos ayuda a respirar. Su aire limpio parece crear una suerte de burbuja de realidad de la calle que, necesariamente, nos arrastra a pensar con más claridad, con otra perspectiva.

En días atrás me preguntaba este hombre por asuntos de la actualidad política, por la corrupción que llena portadas de periódicos que apenas tienen portadas y casi nunca ya compramos en el quiosco. Hablábamos de financiación de partidos políticos y yo le contaba mi percepción sobre el asunto, nada optimista, por cierto. ¡Ojalá fuera cosa de chorizos! Es más grave aún. El caso Taula que tras EREs, púnicas, gürteles y malayas, parece el más de moda en estos días –con permiso de la Audiencia de Palma de Mallorca– es una muestra más de mis reflexiones en el tren. Quiero pensar que Enric ve las noticias ahora con otros ojos.

Pero me habría gustado, ayudado, quizá, que me preguntara por el asunto de moda, por esa cuestión que la militancia socialista parece no hablar en público para no distraer las declaraciones, no siempre lineales, de los miembros de la Ejecutiva Federal.

Es probable que mi actual condición de miembro del Parlament sea el más alto puesto de responsabilidad política que alcance en mi etapa de servidor público. Aunque me considero un militante disciplinado y, lo que es más importante, leal, no he solido caracterizarme por mi discreción. He opinado, opino, me mojo –de ahí lo de «al agua patos»–, escucho con interés y decido lo que creo que es más correcto. Y así será mientras mi conciencia me lo exija. Espero que muchos años.

Vivimos momentos de zozobra. Es conocida la máxima ignaciana de «en tiempos de zozobra no hagas mudanza» pero siento que o hacemos algún tipo de mudanza o la casa se nos termina de caer a cachos.

El panorama surgido tras las elecciones generales del pasado 20 de diciembre deja un escenario en el Congreso de los Diputados distinto de todos los conocidos hasta ahora.

He dicho que me voy a mojar y me siento empapado cuando afirmo que una buena parte de los que tradicionalmente votaban siglas socialistas –PSOE y PSC– se han decantado por la papeleta encabezada por ese personaje al que tanto hemos criticado, con quien tanto nos hemos enfadado y que en tantísimas ocasiones, desde una aparente pureza moral que es ajena al género humano, nos tildaba de «casta».

A pesar de la crisis que pueda estar sufriendo actualmente, jamás un partido ha tenido un éxito semejante. En poco más de dos años surgen de la nada, se organizan (reciben ayuda de los medios ansiosos de novedades, eso también es verdad) e irrumpen en el Congreso con sesenta y nueve escaños (me vais a permitir que simplifique e incluya en este montante al Compromís de Mónica Oltrà, las Mareas, nuestros paisanos catalanes, etc.). Y se quedan a  unos pocos cientos de miles de votos, a nivel estatal, del PSOE. Para que nos hagamos a la idea, conviene recordar que los tiempos más gloriosos de Julio Anguita, la formación de izquierdas apenas sobrepasó la veintena de escaños.

Paradójicamente, no se definen como formación «de izquierdas», cosa que sí hace el PSOE (también voy a simplificar y decir «PSOE» y no «PSOE-PSC») o, claro está, yo mismo. Sin embargo, aunque sigan la estrategia de no definirse claramente, nadie duda del carácter izquierdista de sus propuestas.

Nos han pillado con el pie cambiado. El rey les pregunta «¿qué queréis hacer?» y responden «queremos a Pedro Sánchez de presidente del gobierno pero en gobierno de coalición y nos pedimos la vicepresidencia», ¡con un par! Y nos debatimos entre el estupor, la perplejidad y, en algunos casos, la ira. ¿Cómo se atreven a hacer esta propuesta en una rueda de prensa antes de comentarlo con nosotros? No sé si son estas las «nuevas formas de hacer política» que necesita España pero el hecho es que esta extraña puesta en escena provoca dos consecuencias: el vergonzoso y vergonzante paso atrás de Rajoy y el subsiguiente encargo, por parte del Jefe del Estado para que Pedro intente recabar los apoyos necesarios para formar gobierno. Y aparece el vértigo.

Llevo muchos años en el PSC y en multitud de ocasiones he escuchado aquello de «ponéis el intermitente a la izquierda y giráis a la derecha» y a veces, muchas veces, he admitido con cierta pesadumbre que es cierto.

No me gusta este nuevo Podemos. Salió, lo dije en su momento, y consiguió colocarnos un espejo delante en el que vimos nuestra imagen deformada. E hizo renacer en mucha gente joven el interés por la política, o le dio unas banderas en las que creer. Pero me enerva ese aire de suficiencia y altura moral del que hacen gala sus dirigentes; el día que su secretario general soltó aquello de que quizá Pedro Sánchez sería presidente del gobierno por una «sonrisa del destino» se me vino a la cabeza una imagen: la de la necesidad de un tradicional acto de pedagogía materna que no voy a describir para que no parezca que hago apología de la violencia.

He analizado con detenimiento su programa electoral. El programa, el contrato que firmamos con la sociedad «vosotros nos votáis y nosotros hacemos esto». No observo con el nuestro diferencias insalvables que empujen necesariamente a esa «gran coalición» que parece estar pergeñando Rivera (bien conocido en Catalunya, por cierto y que tampoco me gusta).

Escucho a compañeros y compañeras del partido hablar de «líneas rojas» en torno a la firmeza en determinados asuntos en los que, honestamente, tampoco creo que el desencuentro sea tan excesivo como para no podernos sentar a negociar.

La aritmética es la que es y las posibilidades que dimanan de ella son básicamente tres: esa «gran coalición» que, por cierto, dejaría Podemos de primer partido de la oposición; gobierno de coalición con Podemos y la tercera, lo que se me antoja un enorme fracaso de todos y todas: nuevas elecciones.

Me mojo, siempre me mojo y observo que el PSOE y España se encuentran ante una oportunidad histórica que el miedo, la incertidumbre, las presiones externas e internas, el vértigo nos pueden hacer dejar escapar. No debería ocurrir.

Pedro Sánchez es un líder fuerte. Ha demostrado en la resolución de algunas crisis internas que no es ningún pelele, todo lo contrario. Pedro Sánchez no es Rajoy, no es de los que dejan que los problemas se pudran hasta desaparecer. La fortaleza es razonable garantía de éxito cuando la realidad nos enfrenta a nuestros propios miedos.

Tenemos una oportunidad, quizá, única, de darle una vuelta a este sistema democrático que languidece y precisa de un impulso que solo es posible desde la osadía.

Hagámoslo.

Y de paso, dejemos de tratar a los independentistas que marean esta sociedad catalana nuestra, que participan también en crear problemas donde no los había, como si fueran apestados con los que no se puede hablar. Representan a un sector importantísimo de la población catalana al que no se puede seguir ninguneando, con el que no vale solo hinchar el pecho y gritar muy alto «unidad de España». Ni vale golpearles con la letra de la Constitución Española. Hay que sentarse a hablar, iniciando una tranquila pero inmediata política de gestos de acercamiento. Lo contrario no hace más que alimentar el sentimiento de ataque y de enemigo externo en las filas independentistas.


España tiene una oportunidad de cambio real y los socialistas no debemos perder la ocasión de liderarlo. Es nuestra obligación, por los pueblos de España, por Catalunya y, por qué no decirlo, por nosotros mismos.

Pensar en gran



La identitat d’un territori pot ser expressada de forma individualitzada o col·lectiva i, malgrat que ja fa molts anys que es parla del Camp de Tarragona (les Comarques Tarragonines segons alguns) com la segona àrea metropolitana de Catalunya, també és cert que no deixem de fer-ho amb la boca petita. Els complexes d’inferioritat o la desconfiança que pot haver sembrat anys d’estèrils batalles de campanar no poden amagar les necessitats d’un territori que, tot i les seves potencialitats, segueix essent un dels més castigats d’aquesta inacabable crisis.

Des de la proximitat, els ajuntaments són l’administració que millor detecta i pot atendre les necessitats de la seva gent. I prova d’això és que durant tots aquests anys, tot i no sempre tenir les competències, des de l’àmbit municipal s’han procurat solucions per aquelles persones amb problemes específics ja sigui d’habitatge, pobresa energètica o menjadors socials. I això sense oblidar que els ajuntaments representen el graó més dèbil de l’administració, els parents pobres,  i aquell que de forma més dura s’ha hagut d’ajustar al nou context actual. Això fa que massa sovint aquest ajuntaments ni tan sols puguin aixecar el cap i veure els problemes i solucions que altres municipis veïns, amb els mateixos maldecaps, afronten també de manera individual.  

Mancomunar esforços és una de les grans assignatures pendents d’aquest territori on hi viuen més de 456.000 habitants. Però també ho és dotar-nos de les eines de planificació i desenvolupament que han de definir el futur de les nostres comarques. El Pla Director Urbanístic va ser un molt bon intent. Una eina que definia aspectes de planificació estratègica per a 22 municipis com són l’urbanisme i les infraestructures. I dic que va ser, perquè aquest pla després de molts mesos i fins i tot m’atreviria a dir anys de treball va quedar en un calaix sense arribar a desplegar-se mai.

Aquest era el full de ruta del nostre territori. Un document que dibuixava i vertebrava les infraestructures, els espais lliures i els equipaments. I una eina, al cap i a la fi, que havia de portar-nos a treballar de forma conjunta per dotar-nos dels serveis de transport i mobilitat necessaris d’aquest gairebé mig milió de persones que hi vivim. I amb què ens trobem? Que algunes de les línies s’han anat desenvolupant i que altres han variat, fruit de la improvisació. Ara mateix tenim un servei de rodalies que té molts menys viatgers dels que podria perquè  no és l’òptim d’acord amb les necessitats, un CRT que si finalment s’acaba desenvolupant no sabem com encaixarà amb les infraestructures vigents i un galimaties en matèria ferroviària que fa que portem més de dos anys parats i sense saber si finalment hi haurà tercer fil, línia Reus-Roda o res.

Però planificar també és definir un pla d’usos per l’aeroport de Reus, que cada any perd viatgers, i actuar en àmbits que van més allà més enllà d’un municipi per tal que la nostra industria tingui un àmbit favorable, i no es vegi amb les incerteses de competitivitat que estan començant a aflorar. Vol dir tenir una visió conjunta, i plantejar-nos què fem per tirar endavant aspectes com un servei mancomunat de taxi o com podem resoldre d’una vegada per totes els problemes d’aparcament a l’estació de l’AVE que, ja sigui perquè des dels petits municipis no es té suficient força o perquè el problema és a casa dels altres, és un dels clars exemples d’allò que podríem ser i no som. 

La realitat metropolitana de les Comarques de Tarragona és inqüestionable, que no ens faci por donar el salt i pensar d’una vegada per totes amb aquest territori com un tot

viernes, 4 de marzo de 2016

Migrantes

Mujeres y niños refugiados españoles en Le Perthus.
todoslosrostros.blogspot.com.es


Inmigrantes – Emigrantes – Migrantes
«Usted no parece un indocumentado»,
 me dice altivo el jefe de la estación
de tren de Ixtepex, en Oaxaca, México.
«No lo soy», le respondo.
JON SISTIAGA, «No te duermas, sobre todo no te duermas», El País


Empiezo estas líneas y se me viene a la memoria una anécdota que me contaba un amigo. Los detalles son lo de menos. El asunto que viene a colación es que este amigo, tío solidario y que habla idiomas, se vio en la tesitura de atender a una joven y enferma canadiense que se alojaba, sola, en un hostal, en un remoto pueblo asturiano. Al parecer, la patrona del hostal, una vez convencida de la inexistencia de «aviesas» intenciones por parte de mi amigo, empezó a protestar por la ayuda que aquella extranjera estaba recibiendo porque sí, porque era una persona en apuros. El razonamiento de la hostelera, al parecer, era el siguiente: «Aquí, los extranjeros, mientras vengan y paguen, bien, pero en cuanto dan problemas, que se vayan a su puta casa, que yo estuve trabajando en Bélgica muchos años y no recibí más que patadas».

Obviamente, una joven y, seguramente, atractiva canadiense no es un sucio musulmán que huye de la guerra de Siria ni una madre negra que escapa de la hambruna en Mali o Guinea Conakry ni…, pero el razonamiento de aquella recia y añosa hostelera asturiana parece ser el mismo que hacen los gobiernos europeos con los trenes de Hungría o las pateras del Mediterráneo.

La historia del Homo sapiens es la de sus migraciones. Desde aquellos africanos que salieron sin pateras hacia Europa hace 45.000 años –y acabaron a la postre con los europeos originales, parece que de pensamiento más tosco–, hasta los movimientos de millones de personas que vemos en la prensa en la actualidad y a los que tratamos, como a aquella asturiana en Bélgica, a patadas.

En todos los casos, no obstante hay un elemento que homogeniza, que hace que todas las migraciones, en el fondo, sean la misma. Pienso además que es un elemento que no se valora de manera adecuada cuando vemos esas fotos o esos reportajes de seres hambrientos, con frecuencia desarrapados, muertos de frío. Para que una madre tome a sus hijos, a veces lactantes y se embarque en una frágil chalupa a atravesar el mar, sabiendo que se juega la vida y la de lo que más quiere en el mundo, ¡cómo tiene que ser lo que deja atrás!

Me molesta mucho, me hace sentir mal, me asquea hasta la náusea, ese clima que parece afectar a nuestras sociedades, a nuestros gobiernos, de tratar a los refugiados-migrantes-emigrantes-inmigrantes (la corrección política nos hace retorcer el lenguaje hasta el ridículo) como si fuesen gente que viene a aprovecharse de nuestro trabajo, de nuestro bienestar, de nuestros médicos, casas… De verdad, ¿nos detenemos por un momento a pensar de qué estamos hablando?

Desde Europa nuestros gobiernos, nuestras empresas, nuestras élites económicas se han dedicado durante siglos a expoliar continentes enteros. Aún lo hacemos, de manera más amable pero los dispositivos electrónicos que todo europeo porta en sus bolsillos funcionan, no lo olvidemos, gracias a minerales –tántalo, concretamente, que se saca del coltán– cuya explotación sigue causando guerras y hambrunas. Resumiendo, y para ser muy claro, alimentamos guerras civiles y tratamos a las víctimas como apestados cuando huyen de la muerte.

Hace un par de días, Soledad Gallegó-Díaz preguntaba en una emisora de radio «¿Pueden dar alguna explicación?» y empezaba su alocución con las siguientes palabras: «El pasado sábado se celebraron en muchas ciudades españolas manifestaciones en protesta por la incapacidad de la Unión Europea para hacer frente a la crisis de los refugiados y para exigir que se habilite un pasaje seguro, en lugar de consentir que los refugiados —que huyen por miles de la guerra y de la violencia— se ahoguen en el Mediterráneo o sufran todo tipo de penalidades en su largo trayecto por Europa» y añade «Es difícil comprender por qué ni el PSOE, ni Podemos, ni Izquierda Unida, ni Ciudadanos, ni Comisiones Obreras, ni UGT ni los otros grupos políticos y sindicales convocan a los ciudadanos a expresar su rechazo a la postura del Gobierno español».

La Comisión Europea encomendó a España acoger a 17.000. Cuando se escriben estas líneas los refugiados no alcanzan la veintena. Y no de millar. Literal. 1, 2, 3, 4, 5, … hasta 17.

¡Y parece que nos da igual! Parece que nos dan igual los apaleados en los andenes y las fronteras, miramos hacia otro lado cuando los alambres de espino se tiñen de rojo, cuando se rocía con gas mostaza a mujeres y niños, ignoramos que el Mediterráneo se llena de cadáveres. Olvidamos a sabiendas que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que obliga a todos los gobiernos y administraciones, no se hizo para austriacos, alemanes, daneses o españoles, ¡se hizo para todos y para todas!, ¡allá donde estén!

¿Y qué les damos de comer si para nosotros no tenemos?, ¿y quién los cura y los enseña si a nosotros y nosotras nos recortan en prestaciones sanitarias y educativas?, ¿y dónde van a vivir si en nuestras ciudades se desahucian familias por no poder pagar la hipoteca o el alquiler? ¿Y por qué «ellos» son «ellos» y nosotros no somos ellos? ¿Nos diferencia la cultura?, ¿el idioma?, ¿la religión acaso? Y si fuera así, ¿eso los convierte sujetos de menos derechos que nosotros?

¿Nos parece razonable, admisible, sensato que a aquella recia asturiana la trataran en Bélgica a patadas?

Detesto la demagogia, tanto la del discurso de «vienen a robarnos el trabajo» como la de «hay que ayudar a estos pobrecitos que lo pasan tan mal». Y parece que entre ambos planteamientos apenas hay espacio para el pensamiento. Y hay que repensar nuestros modelos de desarrollo, hay que repensar la manera en que nos relacionamos con otros países, hay que repensar si cuando mantenemos puestos de trabajo en sectores no productivos –en vez de invertir en desarrollo– no estamos, a la vez, alimentando el depósito de gasóleo que mueve las pateras.

Es urgente y necesario desarrollar un marco global de convivencia política y económica, pero no desde la bondad moral sino desde el sentido común y el aprovechamiento mutuo. No se pueden poner puertas al campo, ni al mar, ni al hambre ni a la miseria. Europa es fruto de las migraciones de los pueblos indoeuropeos; España, fruto de las migraciones de fenicios, iberos, celtas, romanos, germanos, árabes y bereberes; Catalunya desde antiguo ha sustentado buena parte de su riqueza en las sucesivas migraciones del sur de Francia y del sur de España. O todos y todas somos capaces de crear ese marco global, nuevo y que valga a los distintos pueblos, o ya no es que seremos peores personas –quizá ya lo somos–, es que una negra sociedad distópica acabará por organizar las vidas de nuestros hijos. Lo he dicho en algún tuit, aunque sea por puro egoísmo y estrategia, para no dejar un mundo caído totalmente en el derribo ético a nuestros hijos, conviene dar salida y ofrecer alternativa y perspectivas a esas personas que vienen huyendo de bombas y de matanzas.

¿Qué Europa es esa que estamos construyendo, que permite que miles de familias con niños, tengan detrás las bombas y la matanza, y delante, solo policías y alambradas? ¿qué harías tú en su lugar?